miércoles, 3 de abril de 2019

CHOCOLATE AMARGO.

Como todas las noches, después de cenar, nos sentamos en nuestro sofá ante la televisión. Es nuestro momento relax, vemos las noticias, hablamos. En alguna extraña ocasión, uno de nosotros compra una tableta de chocolate amargo y lo guardamos en el frigorífico. Entonces, como si fuéramos niños e hiciéramos algo mal, nos repartimos un trocito de chocolate frío y crujiente y lo comemos despacio, saboreándolo como si hiciéramos una travesura. Sabemos que el chocolate, aunque sea amargo, engorda, e incluso dicen que puede crear adicción y por eso es muy de vez en cuando, cuando lo hacemos.

Hoy ha sido una noche especial. Ella se ha levantado del sofá y sin decir nada, a hurtadillas, ha cogido un trozo de chocolate, se ha vuelto a sentar y se lo ha comido disimulando para que no me de cuenta, y por supuesto no me ha ofrecido. Me he sentido tan mal que no le he dicho nada. He sentido vergüenza ajena. Yo nunca lo hubiera hecho. Al cabo de un rato, como quien no quiere la cosa, se ha vuelto a levantar, ha ido a la cocina y ha vuelto a coger otro trozo de chocolate, amargo y crujiente, como a mi me gusta y se lo ha comido de igual forma que la vez anterior. Cuando me he ido a la cama no había rastro de chocolate, ni papel de plata, ni envoltorio por sitio alguno... y pienso en quien no es capaz de compartir una tableta de chocolate contigo ¿Cómo va a compartir una vida?



2 comentarios:

  1. Muy buena reflexión. Sinceramente me voy pensando sobre ello.

    Mil besitos.

    ResponderEliminar
  2. Si...pero hay que tener cuidado. Mientras reflexionas, te quedas sin chocolate.

    ResponderEliminar

Seguidores