viernes, 19 de marzo de 2010

Me han detenido.

Son las 4:00 de la madrugada y el paso lento de mi caballo retumba entre las paredes de la calle solitaria. No hay tráfico, ni gente, ni ruidos a excepción de los poderosos cascos de mi Pegaso, contra el asfalto de la calzada.

La noche se me antoja bonita. Hace una noche estrellada, de luna llena, de locos y de locuras.

Las crines del caballo están relucientes a más no poder. Pegaso tiene el cuello recogido, sus largas melenas a un lado de su cuello fuerte y señorial, como corresponde a un descendiente de un Pura Raza Español, cruzado de forma muy liberal, con una joven potranca de la llanada alavesa. La complicidad que existe entre Pegaso y yo es increíble. Con un leve movimiento o susurro, nos entendemos.

Sobre mi espalda llevo mi sombrero mejicano de ala grande, que me acompaña por casualidad. Llevo colgado al hombro el cornetín que compré de forma poco legal tras “soborno alcohólico” a aquel barrigón, con galones de Brigada. Era del Regimiento de Artillería y me la vendió durante el día de Santa Bárbara.

He bebido demasiado, pero me encuentro decidido a cumplir mi promesa. Quiero impresionar a Amaia, sorprenderla y seducirla como nadie.

Esta noche es mágica, romántica, primaveral. Mi “cogorza” y yo cabalgamos, hasta que llegamos a su portal. Desmonto de forma torpe, pero Pegaso me conoce y demuestra su paciencia una vez más. Enrollo de cualquier forma sus bridas a una farola y me dispongo a preparar mi reluciente cornetín, que llevo cruzado en mi espalda. Me humedezco los labios con la lengua y me dispongo a colocarlos de la forma más correcta que mi borrachera deja, para que mi fiel instrumento de viento empiece a dar las notas requeridas.

Ya no hay quien me pare. Estoy decidido, tocaré y cantaré a pleno pulmón “las mañanitas” bajo la ventana de mi recién conocida amada y deseada Amaia. Como si de un milagro se tratara, toda aquella gran borrachera desaparece para dar paso a mí, un verdadero y apasionado músico. Los acordes comienzan a salir de una forma increíblemente desacompasada y aquellas “mañanitas” sonaron en la noche de Vitoria como nadie la hubo interpretado… después de haber superado los primeros compases, dejo de soplar y comienzo a entonar la letra con mi mejor voz, de auténtico tenor. … “estassss soooooon las mañaniiiiitas que cantaba el rey Daviiiiiiiid…”

Amaia se encuentra durmiendo profundamente. Se lo había pasado muy bien charlando conmigo, nos hemos contado grandes intimidades. La merienda ha resultado divertida en las cuadras de Paco. Nuestra interioridades salieron a flote, su marido “pasaba” de ella y fue cuando Amaia me contó en clave de humor, -“Mi marido es vendedor de pararrayos” -parafraseando aquella canción del vendedor de pararrayos –“…así que… ésta noche el hombre del tiempo ha comentado en el telediario que hay riesgo de tormenta, así que mi marido ha salido a vender pararrayos… estará de viaje toda la semana…”

Amaia tiene que estar oyéndome en estos momentos. Escucho como su vecino del tercero levanta ruidosamente la persiana y me grita desde la ventana sin educación alguna -¡¡¡ Vete a la cama pollaboba ¡¡¡. Otros vecinos me miran con cara de sorpresa. Otros observan sin más. No sé en que piso vive.

Cuando acabo de interpretar “Las mañanitas” dos mujeres de la policía local proceden a mi detención. Se miran entre ellas con sonrisa incrédula, me tratan con cuidado y hasta con cariño, ante mis explicaciones simplonas que dejan en evidencia mi astucia y diplomacia, pero les queda muy claro que “soy un romántico de mierda”

La detención se ha producido hoy a las 4:30.

3 comentarios:

  1. El ser romántico conlleva esos riesgos, pero lo que me extraña es que no hayan salido las mujeres a las terrazas a oir esa maravillosa voz y a ver a ese hombre único, a ese de los que ya no quedan.

    Besos y feliz día del padre.

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  2. Si hasta en Bilbao se oí la serenata!
    jajajaja!
    Y el de los pararrayos, qué, habrá vendido mucho? Porque la tormenta, seguro que estaba garantizada!

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  3. !Qué ocurrente! Todavía me estoy riendo. Como que veo la imagen y no puedo parar, ay, que se me desencaja la mandíbula. Lo imagino desafinando como un loco a grito pelado. !Cómo me gustan los románticos de mierda!.

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