domingo, 11 de julio de 2010

La mujer pringosa

Cuando era pequeño no podría soportar tocar las cosas pringosas. Odiaba los bocadillos de membrillo que tan de moda estaban en el patio del colegio de aquella España “cañí” de posguerra, pasaba de pasteles hasta en el día de mi cumpleaños, para no mancharme los dedos con la crema de los Petit Suisse”.

Con el tiempo amplié mis manías con los cangrejos de río y con las gambas por no pringar mis dedos con sus deliciosas salsas. Hoy en día soy incapaz de coger el frasco de la miel porque mis dedos se quedan pegados.

Ayer me lo pidió y no me lo pensé dos veces. Todos mis principios se fueron abajo. Hacía un sol espléndido, una brisa agradable y ella me lo pidió. No me pude negar. Había un partido de futbol que debía ser muy importante y estabamos solos. No había nadie en la playa.

Haciendo un gran esfuerzo, cogí aquel pegajoso envase de protector solar y volcando parte de su contenido sobre mis manos, fui esparciendo la crema sobre la espalda bronceada de aquella mujer pringosa. Ayer descubrí que no se pueden negar favores por muy pegajosos que sean. Tuvimos una jornada increible.

Hoy me gustan las mujeres pringosas.

6 comentarios:

  1. Pues que viva el pringue!

    Un abrazo!

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  2. ¡Lo que hace una mujer amigo! Ahí no te importó el "pringue"...que bien lo cuentas Máximo.
    Un beso

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  3. jajaja... claro que sí, en esta vida a veces hay que pringarse!

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  4. Nunca es tarde para cambiar de hábitos, sobre todo si son saludables como éste. La cantidad de cosas pringosas y maravillosas que hay en el mundo, el protagonista está preparado ahora para disfrutarlas.

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  5. Muy divertido tu relato Maximo, parece que finalmente superaste tu aversión a pringarte.......jajajaja. Un abrazo,

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  6. Uff, pensé que te iba a pedir otra cosa.. en qué estaría pensando...

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