martes, 24 de mayo de 2016

Cosas bonitas que hubo.

Tras lustros de amor y desamor, la historia se acabó. Ella partió hacia su norte y él hacia la nada, reflexionando si las soledades conseguidas, eran el elevado precio que tuvieron que pagar por ambas libertades. Él la quiso, a su manera, la única que sabía, la quiso como a nadie. Ella, sin duda, a veces también lo hizo. Pero el orgullo y el amor nunca se llevaron bien, porque son incompatibles y discordantes. El uno es la antesala de la soledad, mientras el otro genera sinergias imbatibles.

Él no se lo creía, pero aceptó su escozor como el precio de las cosas bonitas que hubo. Mientras, tumbado en el diván, su psicóloga argentina le repetía una y otra vez, que era un hombre afortunado y que la vida le había sido generosa al brindarle una nueva oportunidad para vivirla. Así que, como la suerte le sonreía e indicaba, cambió de vecinos, de oficina de paro, de ambulatorio y...  hasta de supermercado.

También era realmente afortunado, al poder compartir su dicha entre familiares y amigos. Tanto unos como otros, mostraron su apoyo integro e incondicional... aun conociéndole.

1 comentario:

  1. Tras leer tu relato pienso que en la vida somos como jardineros y el hecho de que un árbol no de el fruto esperado no tiene porqué hacernos malos.
    Saludos Máximo.

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