sábado, 24 de octubre de 2009

Soledad en compañía

“Muere lentamente quien no gira el volante cuando esta infeliz
con su trabajo, o su amor,
quien no arriesga lo cierto ni lo incierto para ir detrás de un sueño
quien no se permite, ni siquiera una vez en su vida,
huir de los consejos sensatos…”
(Pablo Neruda).

Amaia se había acostado con la esperanza de dormirse pronto. Estaba cansada y aburrida de su cruda realidad.
En ese preciso instante un sonido, hartamente familiar, producido por un manojo de llaves guiadas por unas manos torpes que querían abrir la puerta de su casa, hicieron que no fuera posible coger el sueño. Un sonido odiado, conocido desde hace años.
Después de varias intentonas oyó como conseguía abrir la cerradura, e inmediatamente después, sin hacerse esperar, el siempre acostumbrado portazo. La delicadeza de su patoso marido quedaba siempre patente fuera la hora que fuera. Su modo de andar y respirar hacía presentir que había disfrutado de una cena copiosa y bebida abundante.
Amaia escuchó desde la cama su respirar congestivo, en ese mismo instante aborrecía a ese hombre. Sintió como se metía en el cuarto de baño y lamentó que ésta, hasta ahora, silenciosa noche traicionara su intimidad entre regüeldos y flatulencias que hacía por no oír.
Escuchaba todo su concierto de miseria animal y no se lo perdonaba. Estaba cansada, harta de desamor y de su absurda convivencia.
Despierta, con lo ojos cerrados, sin querer saber nada de él en esos momentos, notó como Andoni encendió la luz del dormitorio y sintió como se desprendía de su camisa, de y de sus pantalones, incluyendo las monedas sueltas cayendo sobre el suelo. Olió el tufillo a alcohol y tabaco reconcentrado.
Con los ojos cerrados lo imaginó con sus horribles calzoncillos de diseño anacrónico y mientras se introducía junto a ella en la cama imaginó su peluda y oronda barriga. Continúo haciéndose la dormida empezando a escuchar sus primeros bufidos de la noche, comprobando que como siempre, al poco tiempo se convertían en ronquidos de magnitud inaguantable.
En estos momentos se sentía la mujer más ignorada, infeliz y desdichada del mundo. Su matrimonio y vida en común, habían llegado a su fin. Lo tenía decidido. No habían tenido vida en común desde hacía años.
La separación iba a ser una liberación para ella y necesitaba una segunda oportunidad para disfrutar la vida. Ya la había desperdiciado durante bastante tiempo junto a aquel animal de “sociedad gastronómica”, amigo del alcohol, de la gula y de si mismo.
La insulsa vida de su marido entre “kokotxas”, “Rioja”, sus partidas de mus sus amigos de cuadrilla y su mirada constante hacia su propio ombligo, no tenía nada que ver con ella.
Esa misma noche, Amaia decidió dejar de vivir la soledad en compañía.

6 comentarios:

  1. Terriblemente real este relato, cuantas Amaias quedarán por ahí desperdiciando su vida al lado de un Andoni que únicamente sabe mirarse su propio ombligo.
    Has descrito perfectamente la soledad de sentirse acompañado, muy bien por Amaia por darse una segunda oprtunidad para disfrutar de la vida
    Un saludo de Mar

    ResponderEliminar
  2. Me gustó bastante esa frase, "vivir la soledad en compañía" ese es el caso de la mayoría de personas. Suerte.

    ResponderEliminar
  3. En realidad la frase no es mia,es de Campoamor, que dijo:
    "Sin el amor que encanta, la soledad de un ermitaño espanta. ¡Pero es más espantosa todavía la soledad de dos en compañía!"

    ResponderEliminar
  4. historia triste y muy común lamentablemente
    cuántos hay que por miedo a empezar de nuevo, prefieren seguir soportando una realidad que los espanta no??

    ResponderEliminar
  5. Como me gusta encontrar gente que escriba así de bien y no solo lo use para ficción, sino para representar una realidad tan cruda como esta!

    ResponderEliminar

Seguidores