lunes, 15 de marzo de 2010

Un gato, siete vidas y un juicio.

Los dos compañeros volvían a casa tras haber toda la semana trabajando en la obra de la autopista.

Iban cansados. Anselmo al volante de la furgoneta, Gabriel de copiloto, dándole conversación para que no le entrara el sueño. Tras estar viajando toda la mañana pararon a comer en el área de servicio, que más o menos les pillaba a mitad de camino.

La ilusión por volver a casa de fin de semana hacía menos tedioso el desplazamiento, aunque la realidad era que los kilómetros se dejaban sentir sobre la espalda y el cansancio era inevitable. Pero… mientras hubiera trabajo en la obra de construcción de la autopista, pertenecían al grupo de los afortunados trabajadores en activo. No les quedaba otro remedio y últimamente repetían este viaje cada fin de semana.

Así que recién comidos, Gabriel cogió el volante en ésta ocasión y Anselmo hizo las veces de copiloto, aunque enseguida se quedó “transpuesto”. Era la hora de la siesta y el sol hacía que se sintiera reconfortado. Todo transcurría con normalidad si no fuera por aquel gato negro que cruzó la calzada de forma inoportuna y alocada

Gabriel dio un gran volantazo haciendo lo imposible para no atropellarle, pero teniendo en cuenta lo inestable de la furgoneta, no pudo evitar el accidente. El gato saltó sobre el capó del vehículo y rebotando sobre este fue a parar contra el parabrisas dando un fuerte golpe con su cabeza en la luna manchándola con sangre. Tras el frenazo que dio Gabriel el gato salio despedido frontalmente volando a muchos metros de distancia y tras un gran impacto sobre el asfalto desapareció arrastrándose tras unos matorrales a pleno sol junto a una casita baja del pueblo.

Los ruidos producidos por el frenazo y el golpe, no pasaron desapercibidos entre los paisanos de aquel modesto pueblo. Algún vecino salio a la puerta de su casa para enterarse que era lo que había ocurrido.

El pobre conductor salio de forma apresurada de su vehículo con intención de salvar al gato, así que fue corriendo tras el matorral y ahí le vio, el gato tendido al sol, con la barriga hacia arriba. Al parecer no estaba muerto, parecía que respiraba, pero después del golpe que le había dado con aquella dichosa furgoneta, era evidente que aquel animal tenía que estar sufriendo mucho.

Gabriel tenía un gran corazón, no podía ver sufrir a nadie. Volvió a la furgoneta y le dijo a su compañero –El gato esta tendido tras ese matojo, debe de estar sufriendo mucho, así que voy a acabar con su sufrimiento. Voy a rematarlo –y abriendo la puerta trasera de la furgoneta revolvió sus herramientas hasta encontrar una gran maza, de mango largo, de las que usan los canteros para romper la piedra.

Volvió sobre sus pasos y viendo de nuevo al pobre minino tendido “panza arriba”, levantó la maza con gran dolor de su corazón, para dejarla caer con todas sus fuerzas sobre la cabeza del felino.

Tras descargar toda su fuerza contra aquel pequeño cráneo, oyó un leve golpe seco entre crujidos, un leve y agónico maullido del pobre animal. Cuando dio media vuelta altamente disgustado oyó las voces de una mujer mayor, que desde la puerta de una casa cercana le increpaba

–…sinvergüenza, hijo de mala madre, que has matado a mi pobre gato, que eres un desalmado, pero… ¿Por qué lo has hecho?... ¡Asesino!

La pobre vieja, explicaba con lágrimas en sus ojos, como a su gato le gustaba echarse la siesta, como lo hacía todas las tardes a esa hora. Cuando tomaba el sol tenía la costumbre de tumbarse boca arriba. Su gato era muy friolero y le gustaba que le diera calorcito en la barriga… y precisamente aquella tarde había salido un estupendo sol de primavera.

…La pareja uniformada de verde, bigote de dos piezas, de los de antes…, barriga, cara seria y tricornio acharolado, no tardó en llegar y poner orden, y así Gabriel y Anselmo pudieron salir de aquel corro que les habían formado los vecinos del pueblo, entre insultos y amenazas, con intención de retenerlos.

Cuando fueron a sacar la documentación del vehículo para identificarse ante las autoridades, incrédulos, sorprendidos,… y avergonzados, pudieron ver, como por debajo de aquella furgoneta, salía un pobre gato magullado, de color negro, parecido al que el que se estaba echando la siesta, que aunque herido y ensangrentado, comenzó a correr por la carretera como alma que se lleva el diablo.

A los pocos meses, una carta del Juzgado le llegó a Gabriel, en la que le comunicaba la resolución del juicio, detallándole el coste del gato, la indemnización a la sentida dueña del felino dormilón y alguna alusión en torno al maltrato animal.

3 comentarios:

  1. Con la iglesia hemos topado, amigo Sancho!

    Vaya con los felinos!
    Que sólo tienen siete vidas? Yo diría que más de setecientas!

    Curioso el relato.

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  2. De buenas intenciones está lleno el infierno?. Vaya desastre.

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  3. Me ha gustado tu relato. La vida es así, por evitar un sufrimiento a veces se hace sufrir más. Saludos.

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