miércoles, 28 de abril de 2010

Medias de cristal.

Madrugada de domingo. Mi padre está cortando leña en el huerto, debajo de la ventana de mi habitación. Oigo el golpe seco del hacha, un pequeño silencio y de nuevo otro golpe, así una y otra vez desde que ha amanecido. Como he llegado tarde no me he levantado todavía a ayudarle. Ayer estuve en las fiestas del pueblo de al lado.

Oigo la puerta de entrada que se abre y sale mi madre algo alborotada. Me levanto y miro por la ventana. No puedo entender lo que le dice a mi padre, pero esta hablando de forma nerviosa con él. Lleva algo recogido en las manos, hasta que se lo muestra. Extiende la mano y le enseña unas medias, las “medias de cristal” de Mariana. Mi madre no debería enredar en mis bolsillos. No tengo intimidad alguna.

Ayer me acosté tarde, al final, me pidió por favor Mariana que la acompañara, a su hermana pequeña no la dejaron ir sus padres por la edad. Ella dijo que yo la iba a acompañar. Me he sentido orgulloso de que su padre confiara en mí. Además cuando me enteré que no dejaban ir a Teresa, me hizo muchísima ilusión. Por fin a solas con Mariana, aunque sabía que quería ir a las fiestas por que iba el idiota de su novio Emilio. No se como le puede gustar tanto, no es más que un “chuleta” presumido y desde que había regresado de la mili, no la dejaba en paz. Ella estaba ilusionada con su novio y cuando hablaba conmigo siempre me relacionaba con su hermana pequeña Teresa, que según decía, estaba loquita por mis huesos. De tal forma que yo “babeaba” por Mariana, Mariana estaba enamorada de su novio y a la hermana pequeña de Mariana, Isabel, estaba “loquita por mis huesos”.

Salimos por el camino que sale desde el lavadero. La tarde estaba cayendo. Pronto iba a anochecer. El pueblo vecino está cerca, apenas a media hora de camino. El camino, se habría entre los pastos, con dos senderos de tierra paralelos, abierto por las rodadas de los carros y por las caballerizas. De vez en cuando barro, guijarros y estiércol.

Cuando estábamos llegando al pueblo Isabel me dijo:

-Date la vuelta Ignacio –y diciéndome esto, me di la vuelta azorado, sintiendo como se sacaba algo del bolso y se agachaba arreglándose algo de su vestimenta. Algo que como adulto no debía de ver.

-Ya puedes mirar… son “medias de cristal” y si las llevo puestas se me hacen enganchones Te gustan? – dijo mostrándome sus piernas con las faldas remangadas hasta medio muslo.

Estaba preciosa, las medias de cristal le hacía a sus piernas, tener un brillo especial, como si fuera una chica de las que aparecen en las revistas de moda.

Cuando llegamos, la verbena había empezado y el idiota de su novio la estaba esperando. Desaparecieron después de recordarle a que hora había dicho su padre que debíamos regresar.

Me perdí entre el barullo de gente mayor que yo, haciendo tiempo hasta la hora de regreso.

Ya de regreso, volvimos por el mismo camino. Era una noche de luna llena o eso me lo pareció a mí si no fuera por la cantidad de cosas que Isabel me comentaba de su novio. Al comenzar el sendero, volvió a repetir la escena, esta vez para quitarse las “medias de cristal”

Date la vuelta –me dijo y depués de quitarse las medias añadió –ya puedes mirar –mirándome divertida enrolló sus medías y extendiendo su mano hacia mi, me indicó – guárdamelas en el bolsillo y cuando lleguemos a casa me las devuelves.

Así volvimos hablando animadamente, sintiéndome orgulloso de ser su acompañante y protector, deseando que nos cruzáramos con más gente por el camino de regreso al pueblo y que pudieran pensar que pensar que éramos novios.

Cuando llegué a casa llegue ilusionado y me metí en la cama, imaginando y fantaseando todo lo que pude sin hacer caso de los consejos de D. Félix, el párroco, ni de las consecuencias que podían tener aquellos febriles pensamientos para mi vista.

Así me dormí de madrugada y pocas horas después observo por la ventana, como mi madre levanta todo tipo de sospecha al encontrar las medias de Mariana en mis bolsillos. Estoy perdido. Abro la ventana mientras mi cerebro busca las excusas y justificaciones necesarias. Estoy perdido.

-Eusebio, tienes que decir algo al sinvergüenza de tu hijo, no sabe comportarse... –increpa a mi padre, achuchándole para que me eche una buena bronca.

Cuando mi madre da media vuelta para volver a entrar en casa, veo como mi padre volviendo la cabeza de un lado a otro, sonríe con orgullo, se coloca la "txapela" y cogiendo el hacha continúa partiendo leña. Ahora los golpes suenan con más fuerza que antes.

1 comentario:

  1. Me llama la atención el contraste de la indignación de la madre frente al orgullo del padre, todo ésto sin preguntar al chico qué había pasado. Los padres damos a veces demasiadas cosas por seguras sin saberlas.

    ResponderEliminar

Seguidores