martes, 21 de agosto de 2012

El señor no pita.

Me miró mientras se le ponía la cara colorada. Ella de uniforme junto al arco de seguridad de la entrada a los juzgados, tras darse cuenta de que antes de vocear cualquier cosa, hay que pensarla dos veces.

No se cuantas veces lo habría dicho ese día, pero a mi, me indicó que pasara por debajo del arco de seguridad. Saqué mis llaves, mi teléfono móvil, mis metáles y los deposité sobre la bandeja.

Acto seguido espéro las indicaciones de la vigilante de seguridad, rubia, de pelo largo y con coleta, de veintipocos años de edad, frente a mí con los brazos tras la espalda agarrandose la muñeca. Seria, digna, queriendose dar una imagen de autoridad, como parece deba dar una vigilante de seguridad, frente a mí, observando como me decido a cruzar con titubeos, el arco de seguridad tras sus indicaciones.

Espero sus ordenes y me dice -¡adelante! -cruzo atento a los pitidos que en esta ocasión brillan por su ausencia, ya que al parecer no deben chivarse de nada y ella muy digna, con cara de profesionalidad policial, dice a su compañera de la cabina acristalada, en voz alta y ante la fila de espera -¡¡¡El señor no pita!!! Puede pasar.

Me siento contrariado y le recrimino -¿Como que el señor no pita?.  Ella se pone colorada como un tomate y yo, a pesar de querer dignificar mis canas, no continúo mi defensa. Pese a su uniforme, la vigilante sonrojada, es una cría. Creo que agradece mi silencio.

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